
Recordando a Antonio Machado
Serafina Martínez Anguís
El pasado 22 de febrero se cumplieron ochenta y dos años de la muerte de Antonio Machado, el escritor que da nombre a nuestro centro, y hoy, en el inicio de nuestra revista, queremos recordarlo y homenajearlo. Nada mejor para ello que evocar la vida del poeta a través de su palabra. Iniciemos, pues, el recorrido en el sevillano Palacio de Dueñas donde nació el 26 de julio de 1975 y donde residirá hasta los ocho años:
Esta luz de Sevilla… Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho.—La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.
Mi padre, aun joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.
En 1863 su abuelo Antonio Machado Núñez, que era catedrático de la Universidad de Sevilla consigue una cátedra en la Universidad Central de Madrid y la familia se traslada al completo, allí los nietos podrán cursar sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza cuyo ideario regeneracionista compartía su abuelo y marcaría el pensamiento de Antonio Machado a través de profesores tan carismáticos como Francisco Giner de los Ríos o Joaquín Costa.
“A Don Francisco Giner De Los Ríos”
Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?… Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
…¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
Pero Machado entra a estudiar en el instituto Cardenal Cisneros, allí el ambiente estudiantil se le antoja adverso, se aburre y tardará varios años en sacar el bachillerato.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
La malograda economía de la familia tan numerosa, ya eran siete hermanos, se agrava con la muerte de su padre en 1893, que se había ido a buscar fortuna en Puerto Rico, y de su abuelo, tres años después, y deja a la familia en una paupérrima situación económica. Para ayudarla entra como actor secundario en la compañía teatral de María Guerrero, él mismo ironizará sobre su contribución a la escena:
Cierto. ¡Grandes papeles! Yo estrené en Madrid nada menos que uno de aquellos payeses que van a llevar trigo al molino de “Tierra baja”. Cosas de juventud.
Con su inseparable hermano Manuel se entrega a la vida bohemia de la noche madrileña: a las tertulias literarias, a los cafés de artistas o los tablaos. Pero ambos tendrán que emigrar a Francia para conseguir su primer empleo serio como traductores en la Editorial Garnier. El contacto con la poesía francesa, en especial Verlaine, y con Rubén Darío será la mecha que alimente su primer libro, en la línea del Modernismo más sosegado e intimista del maestro Rubén. Así le canta en su muerte, en 1916.
Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol,
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.
Ya en Madrid, en 1902 publica su primer libro: Soledades, luego ampliado en 1907 en Soledades, galerías y otros poemas, y colaborará en revistas literarias de la época. Y en 1906, por consejo de su maestro Giner de los Ríos, prepara oposiciones a profesor de Francés. Al año siguiente llega a Soria y en 1907 conoce al amor de su vida, a la joven Leonor Izquierdo, que apenas contaba con 13 años, y con la que se casa dos años después. Pero tres años más tarde ella muere a causa de una tuberculosis y deja al poeta hundido en una gran depresión.
Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
El dolor por la muerte de Leonor le lleva al poeta a abandonar Soria, pero esta tierra le inspirará gran parte de su libro Campos de Castilla, donde el paisaje austero de estas tierras representan para el poeta el germen de España y donde hay que partir para sacar al país de su atraso.
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!…
Intenta trasladarse con su familia a Madrid, pero solo consigue una plaza en Baeza donde se trasladará con su madre. El ambiente sociocultural de este pueblo rico, pero de costumbres ancladas en el pasado, donde dominaba el analfabetismo, el conservadurismo católico y el caciquismo, radicaliza sus posiciones políticas. Sus ideales regeneracionistas que buscan una salida a esta crisis están presentes en muchos poemas de su segundo libro.
EL MAÑANA EFÍMERO (A Roberto Castrovido)
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y por ventura pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero,
a la moda de Francia realista
un poco al uso de París pagano
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas,
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.
Los siete años en Baeza le valieron al poeta para realizar la carrera de Filosofía y Letras, un nuevo mérito para poder acercarse a Madrid. En esos años también renueva el contacto con los ritmos populares andaluces que aparecerán en su siguiente libro: Nuevas Canciones, que recoge los `poemas entre 1917 y 1930. En la serie “Proverbios y cantares” combina ese amor por la filosofía con los ritmos folklóricos de su tierra natal.
I
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
II
Para dialogar,
preguntad, primero;
después… escuchad.
IV
Mas busca en tu espejo al otro,
al otro que va contigo.
V
Entre el vivir y el soñar
hay una tercera cosa.
Adivínala.
VIII
Hoy es siempre todavía.
XIV
Nunca traces tu frontera,
ni cuides de tu perfil;
todo eso es cosa de fuera.
XV
Busca a tu complementario,
que marcha siempre contigo,
y suele ser tu contrario.
XVII
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
XXIV
Despacito y buena letra:
el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas.
XXVIII
Cantores, dejad
palmas y jaleo
para los demás.
XXIX
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.
XXXVI
No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
XLI
-Ya se oyen palabras viejas.
-Pues aguzad las orejas.
XLIV
No desdeñéis la palabra;
el mundo es ruidoso y mudo,
poetas, sólo Dios habla
LXIX
¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.
LI
Demos tiempo al tiempo:
para que el vaso rebose
hay que llenarlo primero.
LIII
Tras el vivir y el soñar,
está lo que más importa:
despertar.
LV
Ya hubo quien pensó:
Cogito ergo non sum,
¡Que exageración!
Machado llega a Segovia en 1919 y su cercanía con Madrid le permitirá volver a participar de la vida literaria de la capital. En 1927 es elegido miembro de la Real Academia Española, aunque no llegó a tomar posesión. En el año siguiente conoce a Pilar de Valderrama, una mujer casada de la alta burguesía madrileña que él llamó Guiomar en sus poemas, con la que mantiene una relación amorosa para él y de sincera amistad, según ella. En los casi siete años de relación, hasta la guerra, se escriben con frecuencia y se ven una o dos veces por semana en un café o para pasear al aire libre.
En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y santa,
toda sed y toda fuente.
En ese jardín, Guiomar,
el mutuo jardín que inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los racimos
de un sueño -juntos estamos-
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento olvidamos.
(Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: no puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer.)
El poeta festeja el 14 de abril de 1931 la llegada de la Segunda República en Segovia y esta le concede una cátedra de Francés en Madrid, con ella colabora también en las Misiones Pedagógicas como organizador del “Teatro popular”, él ya había representado muchas obras teatrales escritas en colaboración con su hermano Manuel. Cuando estalla la Guerra Civil se va de la capital a Valencia aconsejado por sus amigos. Allí reside en Rocafort con su familia, donde conocerá la muerte de Federico García Lorca, amigo del poeta desde que lo conociera en Baeza en junio de 1916.
EL CRIMEN FUE EN GRANADA: A FEDERICO GARCÍA LORCA
1. El crimen
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—
… Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
2. El poeta y la muerte
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque— yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
3.
Se le vio caminar…
Labrad, amigos,
de piedra y sueño en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
La salud del poeta se resiente cada vez más, pero ha de marchar a Barcelona siguiendo el repliegue que marca la guerra, allí estuvo desde mayo del 38 hasta enero del 39, cuando ha de salir a exiliarse en Francia con un grupo de amigos y familiares, el 28 de enero llega muy deteriorado a Colliure donde muere el 22 de febrero, Miércoles de ceniza de aquel año de 1939. Su madre apenas le sobrevive tres días.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Y la estela de Antonio Machado es muy profunda. Él definía la poesía como “la palabra esencial en el tiempo”, un tiempo que hace ochenta y dos años que pasó, pero queda su esencia, su palabra, que lo hace indispensable poeta y eterno. Sus paisanos lo recordamos hoy desde los últimos versos escritos que fueron hallados en un bolsillo de su chaqueta y que lo devuelven a su tierra.
Estos días azules y este sol de la infancia